La prisión más dura: seguridad y supervivencia
La prisión más difícil de abandonar es la que hemos construido para sentirnos seguros.
Es una prisión invisible, construida a lo largo de los años por nuestra mente subconsciente, cuyo trabajo principal es protegernos y asegurar nuestra supervivencia. Esta prisión nos resulta familiar, incluso reconfortante a veces, porque está diseñada para protegernos del dolor, el rechazo o el fracaso que hemos encontrado en el pasado. Pero también es lo que nos impide crecer, sanar y vivir plenamente.
Nuestra mente subconsciente es antigua: sigue siendo “homo sapiens” en su núcleo, programada para sobrevivir en un mundo donde el peligro acechaba en cada esquina. No distingue entre la amenaza de un animal salvaje y el miedo a la vulnerabilidad emocional o a probar algo nuevo. Para el subconsciente, la incomodidad es igual a peligro. El cambio es igual a riesgo. Y el riesgo, por pequeño que sea, es algo que evita instintivamente.
Por eso, cuando tratamos de liberarnos de viejos patrones, ya sea saliendo de la codependencia, liberando creencias limitantes o persiguiendo un sueño, nuestra mente subconsciente se resiste. Susurra: “Quédate aquí. Es más seguro. Conoces este lugar”. Se aferra a lo familiar, incluso si lo familiar es doloroso o sofocante.
Pero esta es la verdad: la seguridad no es lo mismo que la libertad. Los muros que construimos para mantenernos a salvo también nos mantienen estancados. Nos impiden experimentar la plenitud de la vida: la alegría, la conexión, el crecimiento que surge al adentrarse en lo desconocido.